Kontzeptuen eta eztabaidaren garrantzia

Al entablar un debate debemos tener claro de qué estamos hablando. Los conceptos son los ladrillos que empleamos para construir el discurso político y articular estrategias con las que lograr la consecución de objetivos.

Uno de los problemas más grandes que nos encontramos a la hora de definir conceptos es que lo hacemos muchas veces respondiendo a la pregunta ¿para qué? En lugar de responder a la pregunta ¿qué? ¿Qué es eso?

Definir algo en función del uso que tiene o de las cosas que es capaz de hacer puede llevarnos a la confusión e incluso a mezclar conceptos. Si defino un tenedor como un utensilio que sirve para comer, evidentemente no estoy diciendo ninguna barbaridad. Un tenedor, efectivamente sirve para comer, como sirven la cuchara y el cuchillo, los palillos, la cucharilla, etc. Si le pido a alguien que me pase esa cosa que sirve para comer y está en el cajón, al abrirlo y ver toda la cubertería hay muchas posibilidades de que no acabe con un tenedor en la mano.

Cuando por ejemplo Verdross define el Estado como una comunidad humana perfecta y permanente que se gobierna a sí misma plenamente, no sabemos si hablamos del Estado o de una tribu en el Amazonas. Tribu que es una comunidad humana (entrar a valorar la perfección es demasiado subjetivo para meterlo en una definición), que se gobierna a sí misma y no tiene a nadie con autoridad sobre ella. Podría ser por tanto una definición, la de Verdross y el formalismo estatalista, ad hoc en función de luego qué vamos a hacer con esa definición, y que es otro de los grandes problemas a la hora de trabajar con conceptos: Tergiversarlos en función del uso que luego haremos de ellos. Porque sin duda unas definiciones sirven mejor que otras a según qué propósitos, pero en ese caso partiremos de unos cimientos mal construidos y aunque luego todo parezca que encaje en cuanto enfrentemos el razonamiento político articulado con ellas a otros discursos se tambaleará.

Con ello tampoco quiero defender la monosemia, una única asociación posible entre significado y significante, sino que todo significado tenga un único significante, si bien el significante puede tener varios significados. Es decir, que con una misma palabra podamos tener varios conceptos definidos, pero que cada concepto, cada definición, sólo pueda asociarse a una palabra. Al menos en lo que al debate político se refiere. Aquí no estamos para hacer literatura ni poesía, no se busca la belleza de las palabras y el relato. Indudablemente si se consiguiese una monosemia política de los conceptos el debate sería mucho más fluido. Si se consigue mejor, pero es primordial que tengamos claro que una misma cosa no puede llamarse de 80 formas distintas porque entonces tendremos conceptos inventados (respondiendo a necesidades particulares) que no harán sino enmarañar el debate. Y es preciso talar esos árboles que nos impiden ver el bosque. No hay que olvidar que las palabras, los conceptos, no sólo sirven para definir la realidad sino que crean realidad. Lo que se busca es tener claro de qué hablamos cuando ponemos nuestras cabezas a trabajar a la hora de lograr establecer una estrategia política para la cuál es imprescindible tener claro el discurso.

Puede parecer todo esto una tarea demasiado tediosa, incluso muchos podrían decir que innecesaria. Ciertamente así es, tanto lo uno como lo otro. Lo primero nos obliga a replantearnos todo. A hacernos preguntas. A romper para poder crear. A cambiar el punto de vista para enfrentarlo a la realidad que tenemos ahora y ver si así nos convence más lo que tenemos o la nueva versión que se nos plantea. Es la guerra al sentido común. Darío Sztajnszrajber, filósofo argentino, dice que  pelearse contra el sentido común supone una ruptura de «lo incuestionable», lo «sólido» y lo «obvio», esas certezas cotidianas que son impropias y sin embargo nos constituyen. El problema es que existe gente que necesita del sentido común imperante para poder seguir subsistiendo, para poder seguir obteniendo un beneficio aunque eso suponga subyugar al resto de sus congéneres. Mientras que en realidad hay muchísima gente que tendría poco que perder con un cambio de paradigma y muy pocos que tendrían muchísimo que perder.

Todo este replanteamiento de la realidad derivado de una definición sincera de los conceptos implica un dolor de cabeza bastante serio. Y sobre todo implica tener un grado de compromiso cuando menos interesante. Porque nadie sale indemne de un replanteamiento de lo que le rodea. Pero es precisa esta tarea al menos si queremos que el discurso político que articulemos, en lo que nos toca desde Nabil, nos permita definir unas claras estrategias para darle un futuro a Navarra como el Estado que es y un motivo a la gente para la lucha y defensa de la tierra.