¿Amnistía? No, gracias.

– Gaizka Basaldua

A lo largo de las últimas décadas han existido y se han creado diferentes plataformas y asociaciones “Pro Amnistía” que han solicitado la amnistía de los presos políticos vascos. Y durante décadas la lucha por los derechos de los presos ha sido una bandera enarbolada por parte de los partidos políticos vascos.

Sin embargo deberíamos analizar los hechos y la gestión de los mismos, y sobre todo, cómo encarar los retos de futuro de nuestra sociedad navarra. Si pretendemos transformar nuestra sociedad para lograr una sociedad cohesionada, libre y soberana la solución a la problemática de los presos (que a día de hoy parece relegada) es un peldaño de la máxima importancia pues supone un auténtico clivaje social, una divisoria que obliga a la gente a posicionarse. La solución a este problema es un paso que se debe dar, no se puede mirar hacia otro lado, no se puede decir que las fuerzas de seguridad han derrotado a ETA y que la democracia ha ganado y seguir como si nada hubiera ocurrido. Precisamente por eso, porque ha de encontrarse una solución que satisfaga a todos y que no implique humillar ni hundir en la miseria a nadie, es preciso plantearnos qué implica la amnistía, y si es realmente lo que la sociedad, pero sobre todo los presos, necesitan.

La palabra amnistía viene del griego “amnestía”, que viene a significar olvido. A diferencia del indulto, que conmuta o libra de cumplir una pena, la amnistía implica el perdón del delito cometido, eximiendo de responsabilidad al autor del mismo. No es baladí esto que se dice. Por un lado estamos hablando de olvido, que amnistiar es olvidar. Por otra parte hablamos de que se convierte a quien ha realizado ese delito en persona irresponsable.

Me niego a pensar que nadie (o al menos la casi totalidad) que esté ahora mismo en las cárceles o haya pasado por ellas lo haya hecho sin la reflexión previa de qué era lo que hacía. Todos tenemos nuestra propia trayectoria vital y en la misma se producen ciertos eventos que nos obligan a tomar distintas direcciones, a preocuparnos por lo que nos rodea y tomar decisiones en consonancia y con responsabilidad de acuerdo a lo que vemos, sentimos, o nos hacen sufrir. Decir que los presos de ETA por tanto son irresponsables de sus actos es convertirlos en marionetas, no en individuos sino en borregos que “seguían órdenes”, “hacían lo que les mandaban”, etc. Si es así, entonces hablamos de presos militares, no presos políticos. Sólo los militares actúan recibiendo órdenes y eximidos de responsabilidad (e incluso en esos casos existen límites). Y para dar ciertos pasos hace falta tener una conciencia política, no basta con el cumplir órdenes.

Por tanto no podemos decir que los presos de ETA sean irresponsables de sus actos, sabían lo que hacían y tomaron la responsabilidad de hacerlo sobre sus hombros. Tener esto en cuenta es de suma importancia a la hora de tratar el tema del olvido.

Amnistiar es hacer olvidar. Hacer como si nada hubiera pasado porque en esencia lo que se está diciendo es que cierta actividad no es delictiva dadas las circunstancias, que lo que un amnistiado ha hecho no es un delito en el contexto que se ha producido. Es correr un tupido velo. Un velo tan tupido como el que se quiso hacer correr en 1976. Pero el tiempo ha demostrado que no se puede pretender hacer olvidar a la sociedad. Que la podredumbre siempre termina por aflorar. Y lo que es peor, si lo que hacemos es olvidar el delito también estaremos olvidando las causas del delito, el por qué una persona tomó la decisión de matar, quemar, etc.

Esta sociedad no se puede permitir el lujo de olvidar las causas de la creación de ETA y del por qué se ha mantenido durante tantos años. Pero por desgracia es lo que muchos quieren que ocurra. Que la gente no piense en los quién, qué, por qué, cuándo o cómo. Prefieren una sociedad desmemoriada. Una amnistía jugaría a favor de esta desmemoria, pues olvidado el delito olvidamos también la causa del delito.

Hay que preguntarse además cómo la sociedad y los propios presos recibirían la promulgación de una ley de amnistía. Por un lado la ley de amnistía es probable que sólo fuera bien recibida por los sectores afines a la Izquierda Abertzale, mientras que para el resto de la sociedad a los presos de ETA les habría salido “gratis” asesinar, secuestrar, extorsionar, etc. Por si fuera poco la gente que hubiera formado parte de ETA, beneficiada o no por la amnistía, siempre sería mirada por encima del hombro, pues para el resto de la sociedad seguirían siendo criminales a los que les ha salido barata su aventura, y deberán agachar la cabeza. Si el objetivo que perseguimos es una sociedad cohesionada, una situación como esta no podría cogerse por ningún sitio.

Además estaría planteándose una cuestión del todo falsa. Pues obviamente a nadie le ha salido gratis el formar parte de ETA. Quien no ha tenido que expatriarse lo ha pagado con la cárcel, torturas y algunos, incluso, con la vida. No ha salido gratis y ninguna solución al problema puede pasar por la insinuación siquiera de que haya salido gratis.

Por último la propia solución pasa porque el propio entorno de ETA se cuestione la actuación del colectivo de presos y ciertos agentes que han rodeado a los presos. En toda guerra un soldado que es capturado tiene un único cometido: escapar. Hacer todo lo posible por huir y volver a la lucha. Por tanto, ¿en qué momento se deja de lado un planteamiento militar y se adopta un planteamiento martírico-religioso?

El futuro estado independiente navarro deberá reconstruirse sobre unos pilares sólidos, y si para ello hay que librarse de las costras que ocultan la infección, por doloroso que sea, quizá sea precisamente lo que se deba hacer. Pero no para urgar más en la herida, sino para abrir, limpiar y poder cicatrizar, lo cual implica la creación de nuevos tejidos donde antes había un agujero. Esos tejidos recuerdan lo que eran antes de ser infectados, pero no serán los mismos.